Cada año escolar comienza con una mezcla de emociones. Para muchos, el inicio de curso es un ciclo repetitivo, un ritual que se sigue como el paso de las estaciones. Es verdad que la urgencia nos apremia y que la burocracia nos esclaviza. Sin embargo, cada primer día de curso encierra algo más profundo que la mera burocracia de horarios, asignaciones y libros de texto. El inicio de un curso escolar debería ser visto como un momento de renovación colectiva, una oportunidad única para que tanto alumnos como docentes se reconecten con sus metas, valores y con toda la comunidad educativa y el entorno.
El verdadero “Reset” no es académico
La mayoría de los consejos sobre el regreso a clases se enfocan casi siempre en cómo recuperar el nivel y la rutina tras las vacaciones, cómo organizarse mejor, cómo realizar una adecuada evaluación inicial o cómo preparar la primera reunión de padres. Sin embargo, la parte más importante de este proceso es una que rara vez se menciona: el ajuste emocional que representa para todos iniciar un nuevo cuso.
Debemos tener en cuenta que, después de meses de desconexión, nuestros alumnos no solo están volviendo a las aulas; están volviendo a encontrarse con un mundo académico que, en algunos casos, se mueve demasiado rápido.
Este proceso de readaptación requiere que maestros y alumnos tomen un tiempo para reencontrarse consigo mismos y con la comunidad educativa. Este periodo no debe ser subestimado. Antes de llenar las mentes de los alumnos con nuevas ideas, necesitamos asegurarnos de que sus corazones están listos para recibirlas. Por ello, los docentes debemos crear espacios donde se priorice el bienestar emocional por encima de todo lo demás, al menos durante las primeras semanas de clase, más aún si los alumnos no se conocen entre sí o si el profesor es nuevo para ellos.
Repensar el papel del docente
Por lo general, los docentes solemos anteponer el que los alumnos “entren en ritmo” lo más rápido posible. Sin embargo, a inicio de curso, este enfoque puede generar ansiedad y una presión innecesaria. Al contrario, el maestro podría aprovechar esta etapa inicial para ser un facilitador de conexiones humanas. Más allá de enseñar los contenidos, los profesores pueden empezar el año construyendo relaciones basadas en el respeto mutuo, en la empatía y en la confianza. Esto favorecerá no solo el clima de convivencia del aula sino también la mejora de los resultados académicos.
Un ejemplo sencillo fácil de aplicar puede ser el de dedicar los primeros días a actividades que ayuden a los alumnos a conocerse entre sí. Juegos cooperativos, dinámicas que estimulen la comunicación, o incluso algo tan sencillo como abrir un espacio de diálogo sobre cómo se sienten con respecto a regresar a clases, pueden sentar las bases de un curso escolar mucho más cohesivo y fluido. Hay que tener en cuenta que muchas veces damos por sentado que todos se conocen y que los nuevos alumnos se adaptarán con facilidad, pero no siempre es así, por lo que este tipo de actividades son esenciales.
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Una visión a largo plazo: el bienestar integral
Hoy en día, cientos de estudios confirman la precariedad de la salud mental de los menores. También de los docentes. El bienestar de los alumnos y profesores no es un objetivo que se logre solo en los primeros días, sino que debe ser una prioridad durante todo el curso. Sin embargo, los inicios son fundamentales para marcar el tono del resto del año. Si en estas primeras semanas se prioriza el bienestar integral, se sembrarán las semillas de una cultura escolar más saludable y equilibrada.
Los docentes, en especial, deben recordar que también ellos son parte de esta comunidad que se está reconstruyendo. El agotamiento emocional y el estrés son problemas comunes entre los maestros y, si no se gestionan desde el principio correctamente, pueden tener efectos acumulativos devastadores. Crear tiempo para la autocuidado del docente no solo es un lujo, sino una necesidad. Si queremos que los alumnos prosperen, necesitamos que los maestros estén presentes en cuerpo y mente. Todo ello sería importante analizarlo en los primeros claustros del curso.
El aprendizaje en tiempos de incertidumbre
Una de las características de los últimos años ha sido la constante sensación de incertidumbre que nos rodea. Los alumnos, al igual que los docentes, han tenido que adaptarse a nuevas formas de aprendizaje, nuevas dinámicas familiares y, en muchos casos, nuevas realidades emocionales. El inicio de este curso escolar, más que nunca, debe estar impregnado de un sentido de flexibilidad y de apertura a lo inesperado.
La capacidad de los alumnos para aprender está directamente relacionada con su capacidad para sentirse seguros en el entorno en el que lo hacen. Crear un espacio donde la incertidumbre no sea temida, sino vista como una oportunidad para aprender, puede transformar radicalmente la experiencia educativa en nuestros centros educativos.
Un compromiso compartido con la humanidad
¿Qué es la escuela? ¿Cuál es su función? Son preguntas que muchos nos hacemos a menudo. Y una pregunta que debemos realizarnos especialmente cuando comenzamos un nuevo curso.
El inicio de curso no es solo un proceso académico, es un proceso humano. Si algo nos han enseñado los últimos tiempos tan convulsos es que la educación no puede estar aislada de la realidad emocional y social de los alumnos y profesores. La escuela no es un espacio separado de lo que ocurre en el mundo. Al contrario: debe ser un lugar donde las realidades externas encuentren un espacio para ser comprendidas, discutidas y asimiladas. Educamos en el presente, pero también para el futuro.
El inicio de curso es un momento ideal para reunirnos, debatir y renovarnos. La idea es clara: que este nuevo curso sea un tiempo para reconectar con lo esencial, para recordar que más allá de las notas, los exámenes y los proyectos, lo que estamos haciendo como docentes es formar personas, y esa es una tarea que requiere tanto de cabeza como de corazón. Feliz inicio de curso.