ADIÓS A LAS PANTALLAS EN CLASE: ¿AVANCE O RETROCESO?

prohibición pantallas

Por Toni García Arias.

Durante las últimas décadas, en un proceso de actualización y renovación pedagógica, los centros educativos se han ido llenando de tabletas, pizarras digitales, paneles interactivos, chromebooks, smartphones, bibliotecas virtuales, impresoras 3D, gafas de realidad virtual… Tanto es así, que no hay colegio o instituto que se autodefina como innovador que no cuente con tecnología de última generación en sus aulas, convirtiéndose esta en la gran protagonista del proceso de aprendizaje con la pretensión institucional de ser la gran solución a los problemas educativos. Debido a ello, toda actividad debe contar casi obligatoriamente con el uso de algún medio tecnológico para ser calificada de innovadora y motivadora. Sin embargo, todo esto parece estar cambiado, y lo que antes era, ahora resulta que ya no es.

Después de un par de décadas desde su implantación, allá por el año 2003 con el Plan Avanza reforzado posteriormente por la LOE y el Programa Escuela 2.0 en 2009, algunas comunidades autónomas están comenzando a prohibir el uso de dispositivos digitales en los colegios públicos y concertados. La finalidad, según dicen ahora, es reducir la dependencia de la tecnología en las aulas y mejorar la calidad del aprendizaje. Como no podía ser de otro modo, esta medida ha generado un intenso debate en la comunidad educativa, donde se cruzan posturas a favor y en contra. Y es que, en apenas veinte años, hemos pasado de venerar las nuevas tecnologías a demonizarlas, por lo que lo más sensato sería analizar esta decisión pausadamente desde una perspectiva funcional y educativa. Así que vayamos por partes.

Para comenzar, desde el punto de vista funcional, en un mundo donde la tecnología forma parte de nuestra vida tanto personal como profesional, eliminar de raíz las herramientas digitales de los centros educativos no tiene gran justificación. La tecnología forma y formará parte de nuestra vida diaria, ya sea para realizar procesos administrativos, informarnos, comunicarnos o acceder a contenidos de entretenimiento. A esto se suma que, desde el punto de vista educativo, también existen numerosos estudios que han demostrado que el uso de herramientas digitales bien dirigidas puede enriquecer el aprendizaje, fomentar la autonomía del alumnado y facilitar la personalización de la enseñanza, por lo que su valor para el aprendizaje es del todo indiscutible.

Sin embargo, también es cierto que la tecnología en la escuela plantea ciertos riesgos. Si en lugar de educación estuviésemos hablando de salud, podríamos afirmar sin ningún tipo de dudas que la naranja es una fruta beneficiosa para nuestro organismo. Sin embargo, desayunar, comer y cenar naranjas -y solo naranjas- todos los días terminaría por causarnos un grave problema de salud. Pues bien; en el ámbito educativo, con la tecnología, sucede lo mismo: el problema no es el uso de la tecnología; el problema es el uso exclusivo de la tecnología. Es decir; la sustitución y eliminación de todo lo analógico por lo digital. Y es que, al final, lo que no acaban de entender algunos es que el uso de los medios tecnológicos y el uso de los medios analógicos no solo no son excluyentes, sino que son compatibles y necesarios, ya que ambos fomentan aprendizajes semejantes, pero también diferentes. Por poner un simple ejemplo, mientras la lectura en una tableta desarrolla la lectura no lineal y multitarea, leer en un libro impreso fomenta un mejor desarrollo de la lectura secuencial. Y así, con tantos y tantos aprendizajes. Por ello, más allá de posturas extremas de todo o nada, el verdadero reto no está en su eliminación -al final la eliminación siempre resulta una postura sencilla-, sino en encontrar el equilibrio entre la integración tecnológica y el uso responsable de los recursos digitales. La tecnología, por sí sola, no garantiza una mejor educación; su valor educativo radica en cómo se utiliza. Si la tecnología en las aulas no busca el aprendizaje sino solo la diversión del alumnado, no tiene razón de ser. En cambio, si debido a las dificultades de cierto alumnado la tecnología nos ayuda a personalizar su aprendizaje, si con unas gafas de RV podemos aprender la historia de una manera más vivenciada, si facilita que los alumnos puedan agilizar sus procesos de investigación, en definitiva; si enseñamos a nuestros alumnos a utilizar la tecnología como creadores y no como consumidores, sus beneficios son indiscutibles.

Por otro lado, si bien es cierto que los menores están sobreexpuestos a las pantallas y que eso supone un grave problema, también es cierto que la mayor parte de ese consumo lo hacen fuera del horario escolar y los fines de semana. Por ello, lo ideal sería que los padres controlasen el horario de uso y los contenidos que consumen sus hijos e hijas, ya que son ellos los máximos responsables. Sin embargo -ya que esta tarea no podemos realizarla los docentes debido a que no podemos meternos en las casas de nuestros alumnos-, desde los centros educativos al menos sí podemos enseñarles a utilizar los medios digitales de un modo responsable y respetuoso, aunque sea solo dentro del aula.

Llegados a punto, sí que habría que diferenciar entre los diferentes tipos de medios tecnológicos. En este sentido, es importante señalar que el uso de los teléfonos móviles en el aula no es en absoluto recomendable, ya que debido a su manejabilidad es un instrumento que trae más problemas que beneficios, al ser un elemento distractor, que dificulta su supervisión tanto en el aula como en el patio, que genera dependencia y que puede facilitar el acceso a contenido inapropiado, fomentando también el ciberacoso. Desde el punto de vista educativo, todo lo que puede hacer un móvil lo puede hacer una tableta, con la diferencia de que la tableta es más fácil de controlar por parte del profesorado.

Al final, la educación del siglo XXI -nos guste más o nos guste menos- no puede ignorar la tecnología. Pero tampoco puede depender exclusivamente de ella. En estas dos últimas décadas, las diferentes administraciones han invertido millones de euros en tecnología que, en breve, puede quedar reducida a chatarra olvidada en un armario. Y es que lo acontecido con la tecnología no solo es el reflejo de cómo las instituciones educativas se dejan llevar muchas veces por las modas, sino que enmascara un problema aún mayor, y es que, para la toma de decisiones, raras veces consultan con los que saben de verdad, que no son otros que los maestros y profesores que están en la trinchera a pie de aula. Sin contar con ellos, con sus opiniones, sin preguntarles si en realidad los docentes necesitan tanta tecnología o requieren otro tipo de recursos, como pueden ser los recursos humanos, nuestro sistema educativo seguirá dando bandazos de un lado a otro, erosionando aún más la calidad educativa que recibe nuestro alumnado.

 

 

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1 comentario

  • María José Martínez

    Totalmente de acuerdo con tu artículo.
    Hay que buscar un equilibrio entre el aprendizaje y ‘expertise’ que proporcionan laa nuevas tecnologías y la contención del uso de los móviles, tabletas, redes sociales….por los jóvenes.
    Deberíamos limitar el uso de los móviles en las aulas si queremos ayudar a nuestros niños y jóvenes.

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