HABLAMOS CON… CARLOS MAGRO (ASOCIACIÓN EDUCACIÓN ABIERTA)
- 12/09/2018
- Publicado por: idDOCENTE
- Categoría: ENTREVISTAS
Reanudamos nuestra sección de entrevistas con las tan acertadas reflexiones a las que nos invita Carlos Magro, siendo el inicio de curso un momento además idóneo para pensar y no dejarnos llevar por los debates carentes de profundidad y de conocimiento que estos días nos inundan en los medios y en cada puerta de nuestros centros educativos.
Carlos Magro es Vicepresidente de la Asociación Educación Abierta y consultor independiente en estrategia digital, cultura digital y educación conectada. Es una de las voces referentes en educación que se define a sí mismo como un apasionado de trabajar en procesos de transformación. En su blog, co.labora.red, además de exponer y reflexionar ampliamente sobre educación, es el lugar donde hilvanando citas y autores que él menciona, tienes acceso a la mejor bibliografía. Un gran esfuerzo por poner en valor la investigación en educación.
¿Cuál es la vocación de la Educación en la sociedad del siglo XXI?
La pregunta es muy importante y no debemos dejar nunca de hacérnosla. En general, en educación, hemos dedicado y seguimos dedicando mucho tiempo a los métodos, que desde luego son importantes, y poco a reflexionar sobre las metas. Y, como bien dice Gert Biesta, si no queremos entregar la responsabilidad de nuestras prácticas educativas a abstractos sistemas de medición y aspiramos a mantener un control democrático sobre ellas es importante recuperar el debate sobre los fines de la educación y sobre aquello que nuestros esfuerzos educativos deben tratar de conseguir. Es importante preguntarnos por la vocación y el sentido de la educación. Preguntarnos por qué y para qué educamos. Preguntarnos por los objetivos concretos del proceso de enseñanza y aprendizaje; por qué vienen los alumnos a nuestra escuela; por qué entran en nuestra aula.
Dicho esto, la vocación de la educación hoy no creo que sea, en lo esencial, muy diferente a la de otras épocas. La escuela, al menos desde finales de la década de los 60 del siglo pasado, proclama su vocación de preparar, a todos, para la vida. Otra cosa es si lo hemos logrado. Y ahí, en general, y salvando los evidentes avances que se han producido, vemos que la escuela ha seguido siendo una institución más selectiva que inclusiva (no ha cumplido la promesa de educar a todos) y más propedéutica que formativa (se ha preocupado más en preparar para etapas formativas posteriores antes que formar para la vida). Es decir, hasta ahora y a pesar de las reformas acontecidas en todo el mundo, la escuela no ha cumplido con la promesa de educarnos de manera integral, de educarnos para la vida y, desde luego, de educarnos a todos con toda nuestra diversidad. En este sentido no está de más recordar que tanto los movimientos de reforma educativa de la primera mitad del siglo XX, las profundas críticas a los sistemas educativos y a la escolarización que se produjeron en las décadas de los 60 y 70, los movimientos de renovación pedagógica de los 80, los debates en torno a las competencias de finales del siglo XX y el más reciente en torno a las llamadas habilidades XXI reflejan esta tensión no resuelta de educar para la vida.
Hay un acuerdo bastante generalizado en que la educación escolar que necesitamos hoy es aquella que nos permita dar respuesta e intervenir de la manera lo más apropiada posible con respecto a los problemas y cuestiones que nos va deparar la vida en todos los ámbitos de actuación (personal, comunitario, académico y profesional). La primera función de la educación en un mundo incierto como el actual, dijo Guy Claxton a mediados de los años 90 del siglo pasado, debería ser dotar a la juventud de las habilidades y la confianza en sí misma necesarias para afrontar bien la incertidumbre. La vocación de la escuela, dijo por su parte Philippe Perrenoud, debería ser capacitar a nuestros alumnos para poder actuar eficazmente en toda clase de situaciones concretas movilizando y combinando en tiempo real y de forma pertinente recursos intelectuales y emocionales. Lo que nos exige adquirir una base de conocimientos accesible y organizados (es decir, que es falso el debate que enfrenta competencias y contenidos; que las primeras sin los segundos no pueden desarrollarse); estrategias para abordar los problemas; conocimientos metacognitivos y sobre la propia motivación y las emociones; capacidad de autorregulación de esos procesos cognitivos y volitivos; y, por último, creencias positivas acerca de uno mismo como aprendiz. Lo que a su vez tiene que ver con desarrollar la confianza en uno mismo, con creer que se pueden resolver los retos, con saber gestionar con calma la incertidumbre que rodea cualquier problema relevante de la vida, con no desanimarse cuando las cosas no salen como pensábamos, con mantener el esfuerzo, con saber pedir ayuda o con poder trabajar con otros.
Nuestro reto, la vocación de la educación escolar hoy, es, sin duda, formar personas integrales, conocedoras de la cultura y la sociedad en la que viven, pero al mismo tiempo capacitadas para actuar sobre ella y transformarla. El reto de la escuela es ayudar a nuestros alumnos para pensar con cuidado, y para ser críticos. Para saber cuándo y cómo hacer un uso productivo de sus conocimientos. Para imaginar posibilidades, crear algo nuevo y reflexionar y modificar lo que está creado. Para interpretar y actuar sobre el mundo.
De alguna manera, y aquí sí hay una diferencia importante con otras épocas, lo que debemos garantizar ya no es solo el derecho a la educación sino también el derecho al aprendizaje.
¿Cómo conseguimos que el alumnado sea capaz de idear, de crear, de resolver… con lo que sabe?
Efectivamente, como decíamos, la escuela tiene el enorme y complejo reto de formar alumnos activos, participativos, con autoconfianza, autónomos, curiosos, adaptados al cambio, independientes, reflexivos y capaces de planificar y evaluar su propio aprendizaje. Personas capaces de construir su plan de vida contribuyendo a su plan personal pero también participando de forma activa y solidaria con otros. Ciudadanos que sean capaces de cumplir sus deberes y ejercer sus derechos.
Todo esto supone cambios profundos no solo en lo que se enseña sino también en el cómo se enseña (también, por supuesto, en qué y cómo evaluamos). Si nuestro objetivo es preparar para la vida, entonces es necesario enfocar los aprendizajes para desarrollar las habilidades y competencias que nos permitan aprender a movilizar los conocimientos adquiridos en la escuela para entender el mundo y poder actuar sobre él como decíamos. Preparar para la vida es ser capaces, como dices, de idear, crear y resolver problemas vitales. Preparar para la vida supone también enfocar los aprendizajes para desarrollar el pensamiento crítico, la curiosidad, la creatividad, la flexibilidad, la innovación y el aprendizaje a lo largo de la vida.
Pero también, como sostienen desde las ciencias del aprendizaje, desarrollar la disposición y apertura hacia la imitación y la tolerancia ante la incertidumbre y lo que nos resulta confuso. O, dicho de otra manera, ser capaces de aplicar con flexibilidad y creatividad los conocimientos y las habilidades adquiridas de manera significativa en una variedad de contextos y situaciones (Erik de Corte). Y esto nos sitúa ante uno de los grandes retos que siempre ha tenido la escuela, el reto de la transferencia. Entendiendo por transferencia, la capacidad de emplear unos conocimientos en un contexto diferente al contexto en que fueron adquiridos.
Pensábamos que acceder a la información nos hacía sabios y que el conocimiento teórico era la base también para el saber hacer y el saber ser. Pero como bien dice Nacho Pozo en su libro Aprender en tiempos revueltos, aprender a decir y a hacer son dos formas diferentes de conocer el mundo y, por tanto, no basta con tener conocimiento para saber usarlo. La meta del aprendizaje no es tanto proporcionar información como ayudar a las personas a adquirir los procesos y las formas de pensar, que les permitan transformarla en verdadero conocimiento. Es decir, que aprender requiere la participación activa y social de los alumnos; actividades significativas; poder relacionar la nueva información con el conocimiento previo; aprender a autorregularse; comprender más que memorizar.
Lo que a su vez supone poner en marcha una diversidad de estrategias y metodologías que nos garanticen que estamos trabajando no solo los componentes conceptuales (conocimientos declarativos), sino también los componentes procedimentales y actitudinales de toda acción. Y en este proceso de diversificación metodológica y flexibilidad pedagógica cobran especial relevancia el centro con su proyecto educativo y la figura del docente.
¿Qué posibilidades tiene el profesorado, el centro educativo, las familias y la sociedad para transformar la Educación?
Todas. Aunque suene a eslogan, la educación es más que nunca una cuestión de todos (docentes, centros, alumnos, familias, asociaciones, responsables educativos…). Todos educamos y todos debemos asumir nuestra parte de responsabilidad en la transformación educativa. De hecho, creo que nunca como hasta ahora había habido tanto interés social por la educación, ni tanta demanda de formación. El acuerdo social y profesional sobre la necesidad de transformación educativa es lo suficientemente amplio como para extender al conjunto del sistema educativo los procesos de cambio que ya se están produciendo, liderados por miles de docentes, en cientos de centros educativos. La educación importa y nos importa. La educación interesa a una sociedad que día a día demuestra estar por delante de sus responsables educativos. Estamos viviendo, probablemente, la mayor oportunidad de reescritura de la educación tradicional de las últimas décadas. Tenemos la oportunidad, pero también la responsabilidad de trabajar todos y cada uno de nosotros por una educación mejor, por una educación transformadora. Es un buen momento para soñar y trabajar por la escuela que queremos.
También, porque como decíamos antes, en este nuevo paradigma educativo en el que el objetivo no es solo trasladar unos conocimientos sin más sino capacitar a las personas para ser capaces de utilizar esos conocimientos, el rol de los docentes, de los profesionales de la educación y de los centros educativos es más importante que nunca. La transformación de la educación que necesitamos pasa por asumir que los centros educativos son el centro del cambio. El cambio educativo pasa por el desarrollo de un proyecto educativo propio que sea el resultado de un proceso colaborativo y compartido por cada comunidad educativa y que responda a tres preguntas básicas: por qué debemos mejorar, qué debemos mejorar y cómo debemos hacerlo.
¿Qué condiciones debería reunir un espacio que posibilitara la puesta en común de todos los agentes implicados en la transformación de la Educación?
Hay hoy, como decíamos, un enorme (y real) interés social por la educación y por contribuir a su transformación. Un interés muchas veces condicionado por la falta de espacios en donde el debate educativo se produzca sin manipulación. El momento educativo que estamos viviendo reclama calma y diálogo. Reclama dejar de lado debates estériles y centrarnos en hablar de educación. Poner en el centro del debate a los alumnos. Dar la voz a sus principales protagonistas. Si realmente queremos cambiar la educación es necesario, efectivamente, crear espacios en donde podamos escuchar las voces de todos los que nos consideramos afectados por la educación. La mejora de la educación es una responsabilidad social. Es una responsabilidad de todos como decíamos.
En este sentido y en línea con lo que decíamos sobre la importancia del centro y del proyecto educativo como nodo de transformación, creo que los primeros lugares que deberían convertirse en espacios abiertos de diálogo y debate para hablar realmente de educación son las propias escuelas. Convertir las escuelas no solo en lugares de aprendizaje sino en lugares para hablar de aprendizaje y eso pasa, en primer lugar, por trabajar en los centros a favor de una cultura de la confianza y el cuidado mutuo entre alumnos, docentes y familias. En segundo lugar, entendiendo que la docencia es una profesión, como bien dice Francisco Imbernón, compleja, laboriosa, paciente y difícil, mucho más de lo que la gente creemos. En tercer lugar, reconociendo que son los profesionales de la educación (docentes, especialistas, equipos apoyo, equipos directivos, otros profesionales…) quienes deben liderar este debate. Y en cuarto, aceptando que el reto educativo es un reto compartido y que el tipo de cambio que necesitamos pasa por abrir la escuela y el debate educativo en cada escuela a toda la comunidad educativa, con el objetivo de establecer un proyecto educativo compartido y consensuado que responda bien, y de manera simultánea, a los desafíos globales y a los retos locales de cada comunidad educativa.
¿Sobre qué pilares debe asentarse la innovación en el proceso de enseñanza y en el proceso de aprendizaje? ¿De qué elementos depende?
Creo que la respuesta debe ir en la misma línea que la anterior. En primer lugar, cualquier proceso de cambio debe partir, como acabamos de decir, de un proceso previo de reflexión por parte de cada comunidad educativa en torno a los objetivos del cambio, los fines de la educación, el tipo de aprendizaje que se quiere fomentar, el tipo de enseñanza que se requiere desarrollar. En segundo lugar, ese debate debe orientarnos en el modelo de liderazgo y de organización que necesitamos, asumiendo como punto de partida que todas las escuelas tienen la capacidad interna de mejora; que nadie puede decir a otros lo que tienen que hacer; que cada comunidad debe buscar sus propias soluciones. Y en tercer lugar asumiendo que todo esto lo debemos hacer por y con los alumnos. Recordando que es la mejora de los aprendizajes de los alumnos la razón de ser de los procesos de innovación educativa. Que no hay mejora posible si no hay una mejora de los aprendizajes de éstos y que cualquier proceso de transformación e innovación que no persiga, por tanto, como objetivo final la mejora de los resultados y aprendizajes de los alumnos será inútil.
¿Cómo se puede plantear la relación del entorno digital en el entorno educativo para poder educar con tecnología?
La historia de la educación está llena de tecnología. Siempre hemos educado con tecnología. De hecho, nuestra actual organización escolar, con su curriculum tan disciplinado; con sus ciclos, cursos y niveles; sus grupos de alumnos más o menos homogéneos y la disposición espacial de las aulas, debe mucho a la que ha sido, con permiso de la decimonónica pizarra, la más eficiente tecnología educativa de todos los tiempos: el libro de texto. En cada época lo hemos hecho con la tecnología del momento y la escuela y los docentes han sido expertos en esas tecnologías. Ahora también debería ser así.
Debemos comprender, además, que las tecnologías actuales, sobre todo las tecnologías de la información y la comunicación, lejos de constituir simplemente una caja de herramientas, están definiendo un nuevo entorno de aprendizaje y de vida. Debemos comprender que, como dijo Marshall McLuhan, toda tecnología tiende a crear un nuevo mundo circundante para el hombre, y en este sentido no son un simple añadido sino que constituyen el ecosistema en el que ya crecemos, vivimos, aprendemos, trabajamos y nos relacionamos. Queramos o no, nos guste más o menos, están determinando el contexto de nuestras vidas. Y si nos tomamos en serio el mandato de educar para la vida en todos sus ámbitos (personal, comunitario, académico y profesional) que decíamos al principio, la escuela no puede rehuir este nuevo entorno. Educar hoy de manera integral, educar para la vida, supone entender que vivimos en un entorno digital, rodeados de tecnología. Educar es también hacerlo en el buen uso de la tecnología (para qué, cuándo y cómo). Excluir la tecnología de la escuela, sacarla de las aulas es hacer dejación de la responsabilidad educadora que tiene la escuela y una manera de aislar a la escuela de la realidad social para la que educa. Máxime cuando además estas tecnologías son especialmente relevantes en la producción y difusión de conocimiento y, por tanto, son determinantes en los procesos de enseñanza y aprendizaje; están ampliando el concepto de alfabetización; modificando nuestra relación con los contenidos; demandando nuevas formas de enseñanza-aprendizaje y difuminando las fronteras entre el aula y el hogar, lo formal y lo informal.
Es decir que, lejos de tratar de sacar estas tecnologías de la escuela y de las aulas (prohibiendo su uso), lo que debemos hacer es pensar maneras de integrarlas de manera natural. En este sentido el debate sobre educación y tecnología es probablemente más necesario y pertinente que nunca.
La buena noticia es que ya tenemos muchos buenos y variados ejemplos de cómo se puede hacer esto. Son ya muchos los docentes y las escuelas que tienen y están utilizando estrategias claras de integración de la tecnología en sus proyectos educativos.
¿De qué manera influye el aprender de otros y con otros y el sentido de pertenecer a una comunidad en el desarrollo profesional docente?
Decía Francisco Imbernón en 2001 que la enseñanza se había convertido en un trabajo colectivo. Hoy la complejidad de la enseñanza exige una cultura profesional que, desde la autonomía y el juicio crítico, adopte una disposición colaborativa. La colaboración y el intercambio de prácticas entre colegas, no el aislamiento, deben convertirse en la norma para los docentes. No se trata de pensar todos del mismo modo, ni de que lo colectivo diluya a lo individual. Eliminar el individualismo no es lo mismo que eliminar la individualidad. La reclusión en el aula individual no nos lleva muy lejos. Necesitamos transformar la tradicional cultura escolar individualista por una cultura de la colaboración, la cooperación, la confianza, la complicidad, el apoyo mutuo y la tolerancia profesional.
Sin embargo, las actuales estructuras escolares, los tiempos, la organización curricular dificultan que los profesores piensen en términos de problemas compartidos o de objetivos organizativos más amplios. Las estructuras organizativas escolares no están creadas para favorecer ese trabajo colaborativo. Seguimos pensando en términos de mi aula, mi materia o mis alumnos.
Cambiar esta cultura, lograr que las escuelas no sean solo lugares de aprendizaje para los alumnos sino también para los profesionales que en ellas trabajan pasa por hacer esfuerzos explícitos por fomentar en las escuelas entornos de confianza en los que cada actor debe tener confianza en su propia capacidad, en la de sus colegas y en la de la escuela globalmente para promover la innovación y el cambio. El trabajo colectivo en entornos de confianza facilita la reflexión en las propias prácticas, lo que permite a los docentes tomar riesgos, resolver problemas y atender los dilemas que enfrenta diariamente en su práctica.
La única manera de afrontar de la complejidad creciente de la enseñanza y de la diversidad es con más diversidad, no con menos. Es con diversidad de metodologías y con diversidad de saberes. Y es, sobre todo, con diversidad docente. La personalización del aprendizaje pasa por la colaboración. Tradicionalmente, la escuela ha dado respuestas colectivas (iguales para todos) basadas en el trabajo individual de los docentes. Un solo docente, un conjunto de conocimientos estandarizados y un grupo de alumnos en un aula. Ahora, la escuela debe dar respuestas personalizadas. Y la única manera de hacerlo es desde el trabajo colectivo de equipos docentes. Atender al reto de la diversidad, nos demanda colaboración.
En definitiva, podemos decir que la palabra clave en esta conversación ha sido “transformación” y podemos resumirla en reflexión; en plantear metas y objetivos con la finalidad de lograr el aprendizaje; un aprendizaje personalizado que todavía no es democrático y no está al alcance de todo el alumnado. Pero con la idea de que ese poder transformador reside en la sociedad, en las familias y en cada uno de nosotros como ciudadanos y ante las posibilidades y oportunidades que tenemos de colaborar con los centros educativos.
Hola: qué lindo todo lo que leí, comparto plenamente, soy docente, tengo 54 años y he vivido claramente todo lo que relatas y acepto el desafío. Me preocupa la falta de propuestas para llevar a cabo este cambio, transformación que necesita la educación.
Gracias por compartir.