CORONAVIRUS, EDUCACIÓN Y ENSEÑANZA VIRTUAL
- 16/03/2020
- Publicado por: Toni García Arias
- Categoría: OPINIÓN
Por Toni García Arias.
Tras el cierre de los centros educativos debido al aumento de infectados por el coronavirus, se ha producido un estado de incertidumbre en las diferentes etapas educativas obligatorias y no obligatorias. Para empezar por las etapas educativas más bajas, las Consejerías de Educación, con el fin de garantizar que los alumnos pudieran seguir con su programación educativa dentro de lo posible, pidieron a los docentes que realizasen su trabajo desde los colegios e institutos, enviando las tareas a través de las distintas plataformas Web oficiales y no oficiales. Esto puso de manifiesto dos problemas importantes: por un lado, la falta de formación de una parte del profesorado sobre las plataformas online y, por otro, la lamentable falta de recursos informáticos en los centros educativos. Nadie puede discutir que las nuevas tecnologías son importantes en educación, sin embargo, es evidente que, con ordenadores de hace 10 años, que no paran de tener problemas de inicio y que están desactualizados, es difícil que el docente pueda utilizar estos medios en el aula de manera eficaz, ya que incluso muchos de estos ordenadores ya ni siquiera soportan nuevos programas ni plataformas. Si a eso añadimos que el profesorado apenas tiene tiempo para actualizarse en un mundo virtual que cambia de manera vertiginosa cada cinco minutos, que apenas tiene tiempo para crear material online y que apenas tiene tiempo para realizar una buena selección de recursos TIC, tenemos el cóctel perfecto para que los medios tecnológicos en el aula en muchos de los colegios públicos no acaben de funcionar como debieran. Posteriormente, y tras declararse el estado de alarma, se solicitó finalmente a los docentes que realizasen estas tareas desde casa, lo cual hace que muchos profesores tengan que enfrentarse por primera vez a software de comunicación online, a entornos de trabajo conjunto o a servicios de alojamiento en la nube.
Gracias a esta situación novedosa, muchos youtuberos, profesores youtuberos y amantes de las herramientas Web se vinieron arriba, criticando la falta de preparación de los profesores para realizar recursos online, algo absolutamente demagógico, ya que este tipo de situaciones, por fortuna, son absolutamente infrecuentes. Este tipo de defensores de entornos virtuales y herramientas 2.0 y 3.0 muchas veces se convierten en hooligans de determinados softwares y pierden la visión de que lo importante no es la herramienta sino el contenido. Por ejemplo, en el ámbito de la Educación Primaria, nunca he entendido que un docente se crea un profesor más original por grabarse vídeos en su casa dando clase y luego se los envíe a sus alumnos, como si tuviese más valor la misma clase a través de un vídeo que presencial. Esto es aún menos comprensible cuando cierto tipo de docentes se disfrazan para buscar la atención de su alumnado, como si lo importante fuese el show antes que el aprendizaje, acostumbrando además a los alumnos a que todo el aprendizaje tiene que ser super mega divertido, cuando no es así. Además, aunque en España el 93% de los ciudadanos ya tiene Internet en sus casas, este tipo de formación online no es la más aconsejable en alumnos de Educación Primaria -niños de 6 a 12 años-, ya que para formarse de manera online hay que saber gestionar muy bien el tiempo, saber seleccionar el contenido y tener una gran dosis de disciplina, aspectos que obviamente todavía no son propios en esta etapa. Por el contrario, lo hermoso de la vida académica en la etapa de Educación Primaria es precisamente lo contrario: el contacto directo, la convivencia en la diversidad, las miradas a los ojos, las palmadas en la espalda, las conversaciones en confidencia, los abrazos a la salida y a la entrada, la explicación individualizada cuando se requiere, los diversos tipos de materiales manipulativos y de elaboración propia que muchos docentes realizan para alumnos que así lo precisan, el olor a plastilina, las relaciones en el recreo, la resolución de dudas a través de diferentes explicaciones, el ejemplo en el comportamiento o las tareas cooperativas y colaborativas, algo que jamás podrá ofrecer ni YouTube ni ninguna otra plataforma virtual.
Otra cosa muy distinta es lo que ha sucedido con la Universidad. Como estudiante universitario y como docente, a lo largo de mi vida me he encontrado con profesores universitarios que en sus clases leían sus libros -los cuales teníamos que comprar-, profesores que si no funcionaba el proyector para exponer su PowerPoint no sabían cómo dar clase y la cancelaban para otro día o profesores que repetían lo mismo que ya estaba en la fotocopia que habían repartido. Debido a todo ello -y a muchos de los cursos presenciales a los que he asistido-, como adulto, yo soy un amante de la formación online, siempre que esta formación sea de calidad. Para aprender sobre diferentes materias, me encanta descargarme mis documentos, ver los vídeos y aprender mediante estudios e informes antes que escuchar a una persona con una formación mediocre repetir lo mismo que pone un papel: para eso, ya me lo leo yo en casa; gracias. Aunque en el ámbito universitario es mucho más fácil enviar tareas online -ya que los alumnos son más autónomos a la hora de utilizar las diferentes plataformas- esta situación provocada por el cierre de las universidades ha puesto de manifiesto algo que hasta ahora no se quería poner sobre la mesa: la asistencia de los estudiantes universitarios a clase. Según muchos docentes universitarios, la asistencia de los estudiantes al aula es, en muchos casos, simplemente testimonial. Esto obliga a replantearnos si la universidad presencial tal como está concebida en la actualidad debe seguir entendiéndose de este modo. Para ello, surgen muchas dudas y preguntas. En primer lugar, deberíamos preguntarnos si aprende lo mismo un alumno que acude a clase que uno que solo recoge los apuntes, ya que, de ser así, no tiene mucho sentido que existan ciertas clases presenciales y que se mantengan enormes edificios que son tremendamente costosos. Si no es así, tendríamos que plantearnos si no debería ser obligatoria la asistencia a clase para poder aprobar una asignatura, ya que si un alumno se matricula y luego ni va ni aprende está generando un gasto al estado que no es necesario. De hecho, en la actualidad, muchas universidades ofrecen titulaciones online sin la necesidad de acudir a clase, si bien es cierto que -en algunos casos- la calidad del producto que ofrecen con respecto al precio podría considerarse un timo o una tomadura de pelo, algo que también nos obliga a plantearnos si el estado está controlando correctamente la calidad de la formación universitaria que están recibiendo nuestros estudiantes.
Sea como fuere, el coronavirus ha puesto de manifiesto algunas deficiencias en el ámbito educativo, aspecto que deberíamos aprovechar para replantearnos determinados aspectos del sistema educativo y no, precisamente, en las etapas más bajas -que son las que casi siempre reciben las críticas más duras, las que padecen una nueva ley tras otra y las que menos recursos tienen-, sino en la enseñanza superior, que parece no haberse sabido adaptar a la nueva realidad educativa que requieren nuestros estudiantes quedándose anquilosada en una estructura de programas y de formación que cada día parece de menor calidad y más obsoleta.
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