Por Matilde Olaizola.
Soy la sexta hija de una familia de nueve hermanos. Tres de nosotras somos maestras y mi padre, un hombre bastante inteligente y culto, que lleva más de 40 años siendo escritor, con más de 80 novelas publicadas, se pregunta cómo es posible que tres de sus hijas sean maestras. Nos comenta: “Debe de ser aburridísimo enseñar siempre lo mismo”. Lógico que se eche las manos a la cabeza, si esa es la visión que tiene de la enseñanza. Yo le digo, para intentar hacerle ver otro punto de vista, que cada vez que un alumno nuevo es asignado a mi tutoría, pienso: “Este es un ser único e irrepetible y se merece que le dé lo mejor de mí, mientras me tenga de profesora”. Honestamente, eso es lo que creo, otra cosa es que sea capaz de llevarlo a la práctica al 100%, pues los profesores también somos seres humanos, con nuestras limitaciones. Ante semejante argumento a mi padre no le queda más remedio que callarse, asintiendo, mientras reflexiona sobre este asunto. Con el paso de los años, afortunadamente, ha cambiado de opinión y, en la actualidad, nos dice que no dejemos nunca nuestra profesión, que ahora es consciente de la gran labor que realizamos.
Llevo dedicada a la enseñanza 31 años, trabajando con un alumnado de edades comprendidas entre los 3 y los 19 años. Actualmente, trabajo en una UFIL (Unidad de Formación e Inserción Laboral), una formación profesional dirigida a adolescentes que no han terminado la ESO; están en riesgo de exclusión social; les cuesta integrarse en el mundo laboral; y, normalmente, vienen de familias bastante desestructuradas, si es que tienen familias, ya que algunos, ni eso. Cuando entran en nuestro programa, vienen muy desmotivados, con muy pocas ganas de aprender y la autoestima por los suelos. Si yo tuviera la visión de la enseñanza que tenía mi padre, antaño y, por desgracia, la que todavía muchas personas tienen hoy en día, no podría estar en un programa de este tipo, puesto que en lo que respecta a adquirir conocimientos académicos, la verdad es que algunos aprenden bien poco. Sin embargo, os puedo asegurar que conseguimos que gran parte de nuestro alumnado no abandone y salga bastante cambiado, para bien, obviamente, y agradeciendo de corazón nuestra labor. Prueba de ello es que años después de haber finalizado su proceso formativo, vuelven a visitarnos y lo que nos cuentan de cómo les está yendo la vida nos llena de alegría y satisfacción, y comentamos entre nosotros, el equipo educativo: “¿quién nos iba a decir que fulanito o menganita iba a acabar trabajando de esto o de lo otro y, sobre todo, sentando cabeza? “
No cabe duda de que los maestros impartimos conocimientos en el área que nos ocupa, pero para mí, por encima de esto, está la bonita tarea de acompañar a nuestro alumnado, durante un corto período de su vida, en su proceso madurativo, con todo lo que ello conlleva. Conviene señalar que, en muchos casos, este acompañamiento también se lleva a cabo con las familias.
Con cierta regularidad asisto o escucho conferencias sobre educación y coincido, plenamente, con ponentes como Mario Alonso Puig, quien afirma que un buen maestro sabe que en todo ser humano hay una grandeza y que en educación es primordial crear espacios de oportunidad donde ese potencial pueda aflorar. Los docentes deberíamos ser capaces de sacar el talento que cada alumno lleva dentro, muy escondido a veces, pero existe y ellos sin saberlo. O les han hecho creer lo contrario. En ocasiones, necesitamos que alguien les ayude a descubrirlo y ¿quién mejor que sus padres y maestros?
Se me ocurren un sinfín de labores que realizamos desde la escuela, entre ellas, mejorar la autoestima del alumnado; despertar su curiosidad, su deseo por aprender; trabajar en la adquisición de habilidades sociales; aprender a empatizar, a respetar al diferente, al que no piensa como él; inculcar valores cada vez más ausentes en nuestra sociedad; fomentar hábitos saludables; practicar la escucha activa; promover una actitud crítica; desarrollar la inteligencia emocional, a la que, afortunadamente, parece que se le está prestando cada vez más atención.
¿No son estos motivos más que suficientes para levantarnos e ir a trabajar, cada día, los profesores, sintiéndonos muy afortunados de la labor tan importante que desempeñamos? Esos días en los que ir al trabajo se me hace un poco cuesta arriba, en el coche de camino a la UFIL, me digo: “Ánimo, Matilde, seguro que hoy puedes hacer algo bueno por alguno de estos chicos”. Y lo creamos o no, mi ánimo cambia.
NOTA: las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de idDOCENTE. Si quieres colaborar con nosotros escribiendo un artículo de opinión, escríbenos a info@iddocente.com y te daremos todos los detalles.
Autor:Matilde Olaizola

Así es. Siento lo mismo. Y cuando voy a trabajar y las cosas se han estado poniendo difíciles siempre pienso: Uno!! Sólo con uno al que le ayudé lo que hago o lo que digo o…Ya merece la pena. Me he encontrado madres de alumnos varios años después de dejarles y siempre me sorprenden con las palabras que les marcaron. Influencia de la que yo no era consciente.
Así que…si, siempre merece la pena.
Unas palabras muy bonitas sobre el trabajo del maestro. Coincido plenamente con ellas. Con su labor marcan el dia a dia y con ello el futuro de niños y adolescentes. ¡Orgullo de profesión!
!Enhorabuena. Sigue así.Maestras y maestros como tú son los que se necesitan. Estoy totalmente de acuerdo con lo que escribes y lo que haces. Piensa también en todas las vidas que «encauzas». Sigue disfrutando.
Bonita reflexión. No podría estar más de acuerdo contigo. Que afortunados somos de tener un trabajo que todos los días nos brinda la oportunidad de hacer algo bonito por alguien, de recordarles que son únicos e importantes Nadie dijo que fuera fácil, pero es maravilloso. Orgullosa de esta profesión.
Magnífico artículo.
Conozco personalmente Matilde y puedo asegurar que ha dedecado su vida a sus alumnos.
«Jamás se ha acomodado»
Que palabras tan sinceras y bonitas. Gracias Matilde por hacer el esfuerzo de compartirlas, estoy segura que con gestos como estos, iremos consiguiendo que cada vez más personas valoren la profesión de los docentes. ¡Enhorabuena!
Matilde. Qué bonito! Lo he leído con mis hijos y nos hemos emocionado. Lo circulamos a nuestro entorno. Yo tengo clarísimo la súper labor que has hecho y lo he vivido en primera personas con mis dos hijos. En fin, ya lo sabes, formas una parte importante de mi vida porque siempre ha sido muy muy especial. Un beso muy fuerte Un beso muy fuerte
Felicidades!
Una educación en respeto y emociones es absolutamente necesaria.
Muchas gracias, Matilde, por tu testimonio, maestras como tú son las que hacen que la educación tenga sentido. En los tiempos que corren, y siendo yo también maestra, ir cada mañana a la escuela cada vez cuesta más.
Maravillosas reflexiones.
Reflexión bonita y acertada sobre lo que puede ser la tarea de maestra en el día a día. Gracias por compartirla. Personas con compromiso como el tuyo, Matilde, necesitamos en esta profesión y en la vida , en general. No te desanimes nunca.