¿Por qué los docentes aún creemos que la formación debe ser gratuita?

formación gratuita para docentes

En el día a día de idDOCENTE estamos en contacto con docentes de distintos lugares y contextos. Muchos comparten una misma idea: “la formación debería ser gratuita”. Sin ir más lejos, esta misma semana un profesor nos decía por teléfono, con total honestidad, tras interesarse por uno de nuestros cursos:

“Llevo 34 años trabajando como docente y nunca he pagado por un curso. No voy a empezar a pagar ahora”

Y esa frase, que refleja un sentir bastante común, nos hizo reflexionar sobre algo que escuchamos a menudo: ¿por qué en educación todavía cuesta tanto aceptar que formarse (de verdad, con calidad y acompañamiento) tiene un valor que va más allá de un simple trámite?

 

Una mentalidad que tiene historia

Durante años, la mayoría de las comunidades autónomas han ofrecido formación gratuita o subvencionada para el profesorado. Era, y sigue siendo en muchos casos, una excelente oportunidad para seguir aprendiendo sin coste. Pero con el tiempo, esa facilidad se ha convertido en una especie de norma no escrita:

“Si hay que pagar, no me interesa”

Lo curioso es que esa mentalidad apenas existe en otros ámbitos profesionales. Un abogado, un comercial, un diseñador o un electricista asumen con naturalidad que invertir en formación es parte del crecimiento profesional. Sin embargo, en educación, todavía persiste la idea de que formarse debe ser gratis, casi como si pagar por aprender restara legitimidad al aprendizaje.

 

La paradoja de enseñar a aprender

Los docentes somos los primeros en transmitir a nuestro alumnado la importancia del aprendizaje continuo, del esfuerzo y de la curiosidad. Les decimos que nunca se deja de aprender, y sin embargo, a veces olvidamos aplicarlo a nosotros mismos. No porque no queramos mejorar, sino porque el sistema nos ha acostumbrado a esperar que la formación “nos la den”.

A menudo acabamos haciendo cursos porque “toca”, porque alguien nos los recomienda, o simplemente porque suman puntos en un baremo, más que por un interés real o por una necesidad profesional concreta. Pero aprender debería ser, ante todo, una elección consciente, no un trámite más.

Formarse por iniciativa propia, pagando por ello, sigue viéndose como algo opcional, incluso innecesario. Pero en realidad es una de las decisiones más poderosas que puede tomar un docente comprometido con su profesión.

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El valor real de la formación

Un curso de calidad no es solo un certificado ni un conjunto de materiales descargables. Detrás de cada formación hay personas y mucho trabajo invisible: un equipo que diseña la experiencia de aprendizaje, que revisa cada contenido, lo adapta, lo actualiza y lo mejora para que tenga sentido en el aula real. Hay tutores que acompañan, orientan, corrigen, motivan y están disponibles para resolver dudas o guiar el proceso. Hay especialistas en pedagogía, diseño instruccional, tecnología educativa y comunicación que trabajan para que cada detalle aporte valor.

Todo ese esfuerzo (horas de preparación, revisión, coordinación y acompañamiento) tiene un valor real y legítimo, que va mucho más allá del precio que figura en la matrícula.

Porque pagar por una formación no es “comprar un título”, sino reconocer el trabajo de quienes enseñan a enseñar, del mismo modo que esperamos que se reconozca el nuestro como docentes en las aulas.

 

Un cambio de mirada necesario

Quizá ha llegado el momento de cambiar la pregunta. En lugar de “¿por qué tengo que pagar por formarme?”, podríamos empezar a pensar:

“¿Qué me aporta esta formación para mejorar como profesional y como persona?”

Porque el aprendizaje de calidad no se mide por si es gratis o no, sino por el valor que deja en quien lo realiza. En un mundo educativo en constante transformación (nuevas metodologías, herramientas digitales, atención a la diversidad, Inteligencia Artificial…) quedarse quieto no es una opción.

La formación continua no es un lujo, sino una necesidad profesional. Y en esa necesidad, la inversión (ya sea de tiempo, esfuerzo o dinero) forma parte del compromiso que asumimos con nuestra vocación.

Solo cuando entendemos que aprender también implica invertir, empezamos a valorar realmente el impacto que la formación tiene en nuestra práctica docente.

 

Formarse es seguir creciendo

En idDOCENTE creemos profundamente en la formación como motor de cambio. No como una obligación administrativa, sino como una oportunidad para seguir aprendiendo, evolucionando y compartiendo.

Sabemos que muchos docentes dedican su tiempo libre, sus fines de semana o sus vacaciones a mejorar. Y eso merece reconocimiento, no solo desde las instituciones, sino también desde nuestra propia comunidad educativa.

Por eso, cuando alguien dice “yo no pago por formarme”, no lo juzgamos, pero sí nos invita a reflexionar:

¿Realmente estamos valorando lo que significa aprender?

Formarse no debería verse como un gasto, sino como una inversión en uno mismo y en los alumnos. Porque cada curso, cada nueva herramienta o metodología, repercute directamente en la calidad de la enseñanza que ofrecemos.

Los docentes que siguen aprendiendo son los que mantienen viva la educación. Porque enseñar también es una forma de seguir aprendiendo.

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