PIN PARENTAL: EL VETO A UNA ESCUELA COMPENSADORA
- 24/01/2020
- Publicado por: Toni García Arias
- Categoría: OPINIÓN
Por Toni García Arias.
Esta semana pasada se aprobaba en la Región de Murcia el controvertido PIN parental. De un modo resumido, podemos decir que el PIN o veto parental no es otra cosa que la necesidad de una autorización por parte de los padres para que sus hijos puedan acudir a una determinada charla en el colegio. Después de aprobarse este veto parental se ha producido un enorme revuelo alrededor de este tema tanto a nivel educativo como, sobre todo, político. Sin embargo, entre tanto ruido, parece que a todo el mundo se le ha olvidado cómo hemos llegado hasta aquí.
En el mes de septiembre del 2019, un periódico recogía la noticia de que un colegio de Granada estrenaba una asignatura sobre protección animal. Muchas personas aplaudieron esta iniciativa, pero ¿por qué está bien que un colegio dé esta asignatura? ¿Acaso el colegio no está para impartir conocimientos sobre Legua, Matemáticas, Ciencias, etc.? ¿Por qué una asignatura sobre protección animal? ¿Por qué realizar charlas en el centro educativo sobre educación vial, ciberacoso, alimentación responsable, uso responsable de redes sociales, educación emocional o educación sexual? ¿Por qué estamos quitando horas a Lengua, Matemáticas o Ciencias para tratar contenidos sobre estos otros temas? Pues, curiosamente, no porque sea una iniciativa de los docentes sino porque es una reclamación social desde hace unas décadas. ¿Y cuál es la causa de esta reclamación? Pues porque los padres cada vez delegan más este tipo de educación en la escuela. Así de sencillo. Los docentes, originariamente, deberían preocuparse de atender a las materias y educar en los valores universales, pero la sociedad le exige que, además, integre en su currículo ese tipo de contenidos ante el aumento de problemas en la infancia que, posteriormente, se reproducen también en la adolescencia y en la madurez.
¿Por qué dar contenidos de protección animal en el aula? Pues muy sencillo; porque en España se abandonan 140.000 perros y gatos anualmente y cientos de cazadores cuelgan o asesinan cruelmente a sus perros tras la temporada de caza, siendo nuestro país líder mundial en abandono animal. ¿Por qué educar en una alimentación saludable? Pues porque España tiene uno de los índices de obesidad infantil más alto de toda Europa. ¿Por qué dar educación sexual en la Educación Secundaria? Pues porque en España, después de muchísimos años, se han vuelto a dar casos de sífilis y gonorrea en adolescentes y las prácticas sexuales en esa edad están cada vez más influenciadas por su adicción a la pornografía. ¿Por qué educar en el respeto? Pues porque el aumento del acoso escolar y de las agresiones de adolescentes a los padres se ha disparado en la última década. ¿Por qué educar en la igualdad? Pues porque, a pesar de los avances, las mujeres siguen estando asociadas a las tareas de la casa y sus sueldos por realizar el mismo trabajo son muy inferiores a los sueldos de los hombres. Así que, bien visto, la existencia de charlas en los colegios no es ni más ni menos que el producto del fracaso de los padres en ese tipo de educación que genera una sociedad cuyos datos están muy lejos de situarnos en un país desarrollado.
Teniendo en cuenta que la escuela tiene que reducir horario a las asignaturas tradicionales propias del currículo para introducir nuevos contenidos relacionados con otras áreas más propias de la educación en casa por la exigencia de la sociedad, resulta irónico que luego los padres reclamen su derecho a decidir si sus hijos acuden o no a las charlas donde se dan esos contenidos. Esto quiere decir, por ejemplo, que un padre racista puede negarse a que su hijo acuda a charlas sobre integración, o que un padre machista puede negarse a que su hija acuda a una charla sobre igualdad de género, o que un padre que abandona a su mascota pueda negarse a que su hijo acuda a una charla sobre protección animal, o que un padre homófobo se niegue a que a su hijo le den poemas de Oscar Wilde porque era homosexual, o que un padre se niegue a que su hija realice a una actividad acuática porque no quiere que su hija se ponga en bañador, con lo cual, al final, la escuela pierde su función de compensar los desequilibrios que estos alumnos sufren en la deficiente educación que están recibiendo en sus casas. Es decir, su función de educar a ciudadanos más libres, más críticos y más concienciados con la igualdad, el medioambiente y el consumo responsable.
Así que, llegados a este punto, lo mejor sería que la sociedad -los padres, los gobiernos- se aclarasen de una vez y decidieran si en los centros educativos nos centramos exclusivamente en las materias curriculares tradicionales y dejamos esa otra educación para casa o también la tratamos en los colegios e institutos. Y, en todo caso, la sociedad también debería dejar de poner siempre el foco en la escuela -que es quien asume los problemas que genera la sociedad- y comience a exigir a los padres su parte de responsabilidad en la educación de aquellos alumnos que muestran un comportamiento racista, sexista, xenófobo o que maltrata a los animales o se convierten en acosadores, porque también ellos, se entiende, tienen su parte de responsabilidad.
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