Por Máximo Pérez.
Hace algunos años dentro de mi labor docente, tuve una alumna que llegaba todos los días temprano, hacía siempre las tareas, preguntaba cuando no entendía, no jugaba ni hablaba en clase, ponía atención en todo momento, entregaba las actividades de forma adecuada, sin borrones o tachones. Sus calificaciones estaban siempre entre 9 y 10, realmente era un deleite conversar con ella, leía libros de literatura, historia, política, tenía un punto de vista muy maduro, sabía lo que quería estudiar, hizo su examen a la universidad, esperaba el resultado. Tenía claro que prepararse era la mejor opción para una joven de su edad. Ese día se acercó y me dijo…
En ese momento desperté, era un poco tarde para ir a trabajar, me esperaban mis alumnos, apagué el despertador que de un sobresalto me introdujo otra vez en la realidad, mis alumnos, mis verdaderos alumnos están muy lejos del prototipo de mi sueño. En muchos casos son lo opuesto a las características de la joven que estaba interesada en mi clase de forma honesta.
Sin embargo, sé que la mayoría de los profesores hemos soñado con lo mismo, con estudiantes prototipo que tengan un alto grado de compromiso. Por eso me pregunté: ¿Qué pasaría si todos mis alumnos fueran como la chica del sueño? ¿Dónde estaría la importancia de mi labor si todos estuvieran en la sintonía de desear aprender de forma autónoma? Entonces mi labor no tendría sentido, ¿Para qué intentar educar a alguien que ya tiene todo de su lado? ¿Cómo motivar a quien ama el conocimiento de una manera vehemente?
Comprendí que precisamente mi papel es intentar que ese alumno mejore de acuerdo a sus posibilidades, que tenga más curiosidad por el mundo que le rodea, que busque respuestas en vez de hacer preguntas en las cuales la respuesta sea sencilla, ese chico o chica que haga más de lo que se le pide, porque tiene interés en ver los retos como oportunidades de aprender, incluso que aprenda las reglas de comportamiento sociales que pueda aplicar en su hogar, a pesar de que en algunos casos el ambiente es adverso.
Ahora entiendo que con eso estaré cumpliendo con mi papel, al entrar a un aula me he convertido en un modelo, en una guía, en un prototipo de persona, aun sin desearlo. He realizado acuerdos tácitos con mis estudiantes que nos permiten convivir durante algunas horas a la semana, en la cual intercambiamos experiencias, aprendiendo entre todos.
Con esta visión, he aprendido a valorar cada logro de mis alumnos uno por uno, para obtener un pequeño avance en su formación, en sus modales, en su aprendizaje, en sus herramientas, sé que no todos han tenido la misma formación, por lo tanto, tampoco han tenido las mismas herramientas para abrirse camino en esta senda del conocimiento que a veces es espinosa o muy densa, pero otras veces es muy suave, algodonada, agradable, apacible.
De esta manera me di cuenta de que el cambio que sufren en tres años de su vida (bachillerato) es muy importante, aunque a veces no se note. Tienen una mentalidad cuando empiezan, que está más cerca de seguir siendo los niños que salieron de la secundaria. En cuanto acaban, aunque no lo perciban han cambiado su manera de pensar, su manera de actuar, podríamos decir que hasta la forma en que ven la escuela, el acercamiento con los profesores es más profundo y de alguna manera más familiar, pueden manifestar lo que piensan sin temor. Están listos para abrirse caminos solos de manera continua, porque ahora la mayor parte de sus decisiones dependen de ellos, ya no de sus padres, profesores, abuelos o los adultos que lo rodean.
Ahora me tengo que ir porque mis alumnos me esperan, no deseo llegar tarde, seguramente la mayoría no hizo la tarea, no trajeron el material, no entendieron algunas cosas de la clase anterior y no preguntaron… (Otra vez me estoy quejando), mejor intentaré lograr algo importante con ellos el día de hoy, ya que de eso se trata mi labor.
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Autor:Máximo Pérez
1 comentario
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Que bien leer a maestros tan entusiastas. Coincido en su forma de entender la educación. Gracias por compartir