Por Toni García Arias.
Mi padre nació en una pequeñísima aldea de la provincia de A Coruña, en el seno de una familia muy humilde. Vivían trece personas en una vivienda de unos ochenta metros cuadrados. Ni mi padre ni ninguno de sus hermanos pudo estudiar. Querían, pero no podían. No había ni tiempo ni dinero para ello. Era una época de hambre y de miseria y -por encima de los estudios- estaba ponerse a trabajar para llevar dinero a casa. Así que, con 12 años, mi padre se puso a trabajar como ayudante de herrero. Todos los días recorría cinco kilómetros para ir y cinco kilómetros para volver. Con el dinero que le quedaba después de aportar en casa, mi padre pedía libros a Madrid y a San Sebastián de cursos por correspondencia para aprender por su cuenta algún oficio. Estamos hablando de la España de los años 50. Con el tiempo, pudo conseguir un puesto en Astano (actualmente Navantia) hasta que finalmente lo contrataron en una empresa de ingeniería de servicios industriales. Gracias a su tesón, su esfuerzo, su sacrificio y su pasión por formarse de manera autónoma, llegó a ser en su época el único jefe de obra en España sin ninguna titulación. Cuando falleció, mi padre tenía en su biblioteca cerca de dos mil libros.
Sé que lo que voy a decir a partir de aquí es absolutamente impopular y que posiblemente recibiré muchísimas críticas por ello, pero creo sinceramente que hoy en día no existe en nuestro país ninguna justificación para que un menor no obtenga, al menos, un título de la ESO. Diría más; existen muy pocas justificaciones para que un menor hoy en día no obtenga el título de Bachillerato o un título de Formación Profesional Básica. Me da igual el sexo, la raza o la religión. Hoy en día en España, por fortuna, existen infinidad de posibilidades y de ayudas para poder estudiar, algo que ni nuestros abuelos ni nuestros padres tuvieron. Muchos de mis amigos estudiaron gracias a las becas. Existen facilidades tanto en el aspecto económico como en el ámbito educativo, con una oferta más que suficiente tanto en un ámbito como en el otro. Y, sin embargo, a pesar de todas las posibilidades para lograrlo, los datos siguen siendo decepcionantes: España es el segundo país de la Unión Europea con peores cifras de abandono escolar prematuro; el 30% de nuestros jóvenes españoles no tiene el Bachillerato ni estudios equivalentes. Sin duda, una sociedad que quiere evolucionar no puede permitirse semejantes cifras.
Sé que llegados a este punto algunas personas utilizarán el bajo nivel económico de algunas familias para justificar el abandono temprano, pero no es cierto. Las becas al estudio del ministerio y de las comunidades autónomas garantizan en gran medida que cualquier persona que lo desee hoy en España tenga acceso a los estudios: becas de material, becas para libros, becas para transporte, gratuidad de libros, becas para estudios no obligatorios, becas para másteres, etc. Es cierto que se necesitan más, pero llegan a decenas de miles de personas. En muchas ocasiones, aunque queramos enmascararlo, no se trata tanto de posibilidades económicas como de interés. Sin duda, en la época de los 50 y 60 había en España muchísima más miseria que en la actualidad, pero la gente valoraba los estudios como un modo de progreso, lo cual hacía que incluso las familias con pocos recursos sacrificasen gran parte de sus ingresos para que sus hijos lograran esos estudios. Por eso, debemos concienciar especialmente a las familias con menos ingresos sobre la importancia de que sus hijos alcancen unos estudios para lograr un mayor bienestar y no perpetuar así una situación de precariedad.
Sin embargo, para ser justos, hay que reconocer que no todo es culpa de aquellos que no quieren o no tienen interés por estudiar. Gran parte de la culpa la tiene nuestro propio modelo económico, que penaliza los estudios y que está basado en la precariedad, la baja especialización, los sueldos miserables y un tejido económico que depende en exceso de sectores que viven del boom del momento, como es el turismo o la construcción, lo cual genera un tipo de economía inestable por la baja cualificación. Tal vez por ello, España ha pasado de octava potencia económica del mundo en 2007, por delante de Canadá, a luchar por el decimocuarto puesto. Los tiempos han cambiado mucho en nuestro país y hoy en día –quién sabe si por esta razón o por un nivel cultural cada vez más bajo- no se valoran ni los estudios ni a aquellos que estudian, cosa que sí hacen otros países de nuestro entorno, que en la última década se ha llevado a cerca de 100.000 trabajadores españoles muy cualificados. Mientras, España es el segundo país europeo con la mayor tasa de jóvenes entre 18 y 24 años que ni estudian ni trabajan, los conocidos como ninis, con un 19,9%, solo por detrás de Italia, con un 24,8%.
Con todos estos datos, queda claro que, tanto a nivel individual como a nivel social y económico, la cualificación a través de los estudios es la única solución para mejorar social y personalmente. Así que, o nos ponemos a ello, o en otra década estaremos compitiendo con países del tercer mundo.
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Autor:Toni García Arias

Comparto tu opinión. Después de 34 años en la docencia he visto cómo ha evolucionado nuestra sociedad y cómo nuestro modelo educativo se ha quedado anclado en el pasado. Leyes educativas cambiantes según el color del gobierno de turno y muy poca inversión en la escuela pública unido a todo lo que en su artículo menciona sobre la escasa valoración que la sociedad hace de la formación y el esfuerzo para mejorar como persona y por ende como sociedad, nos conducen, si no se producen grandes cambios en variados ámbitos, a ponernos a nivel de países que hace unos años nos parecían estar a años luz de nosotros, y no para bien precisamente.