Por Toni García Arias.
Hace unos días nos sorprendió la extraordinaria noticia de que la Consejería de Educación de una comunidad autónoma del levante español afirmaba que iba a liberar de burocracia a los equipos directivos para que pudiesen afrontar la sexta ola con mayor tranquilidad. Como no se trataba de un “Festival del humor docente” ni era 28 de diciembre, me froté los ojos por si estaba soñando y comencé a leer la noticia con curiosidad. Lo primero que me llamó la atención fue que alguien tuviese la osadía de afirmar que se iba a liberar de burocracia a los equipos directivos para afrontar la sexta ola cuando lo único a lo que tienen tiempo a hacer muchos equipos directivos en esta sexta ola es a rellenar burocracia de registro y rastreo de positivos, como si en lugar de en un centro educativo trabajasen en un centro de salud. Sábados y domingos incluidos, aspecto que muy poca gente conoce. Al final, tras leer la noticia, comprendí que donde se decía “liberar de burocracia” lo que quería decir era “flexibilizar los plazos de entrega” de toda la burocracia. Es decir; que –como la materia- la burocracia ni se crea ni se destruye, sino que se retrasa.
PGA, PEC, PTI, ACI, PD, UF, Memoria final, Plan de contingencia, Plan para la salud, Plan de autoprotección, Plan para el fomento de la lectura, Plan lógico matemático, Plan digital, Plan de convivencia, Plan de Acción Tutorial, Plan para la mejora de la calidad educativa, Plan para la igualdad, Plan de absentismo, Plan bilingüe, Plan de refuerzo, Plan para una alimentación saludable, Plan de compensatoria, son parte de los millones y millones de papeles que deben realizar los docentes hoy en día. A lo largo de un año, un centro educativo puede acumular en folios el equivalente a la superficie de la provincia de Burgos. Como un desquiciado carrusel de celulosa, la administración considera que toda acción educativa, todo paso que un docente dé en su labor diaria -aunque sea para ir al aseo- debe estar acompañado de su correspondiente papel, documento, informe, acta, resolución, acuerdo, memorándum, notificación, memoria, reseña, relación, relato o planilla. Del mismo modo, la administración –en una interpretación enfermiza del concepto educativo- entiende que esa es la mejor manera para lograr la tan deseada eficacia y productividad de la labor docente, como si la eficacia dependiese de la calidad del documento y no de la calidad de la acción. Sin embargo, todo ese papeleo absurdo e inservible le impide al docente –paradójicamente- ser docente.
Evidentemente, todo proceso educativo conlleva una mínima planificación, que se convierte a su vez en algo burocrático. Sin embargo, desde el punto de vista funcional, cuando se realiza una actividad en un centro educativo o en un aula, no puede tener más importancia el documento que la actuación. Y, por supuesto, tampoco puede ocupar más tiempo en su desarrollo. El tiempo de que dispone un docente es limitado y su esfuerzo debe ir encaminado a la calidad de la enseñanza, no a la calidad de un documento. Si una gran parte del esfuerzo y del tiempo del docente se dedica a redactar un plan en Word, pelearse con el formato para ajustarlo a 20 páginas en Arial 12 sin comprimir, utilizar Canva para que las ilustraciones queden chulas, pasarlo luego todo a PDF, firmarlo electrónicamente, volverlo a firmar porque da error la página web, enviarlo por correo electrónico, volverlo a enviar por otra plataforma de la Consejería, introducir el nombre de todos los docentes participantes, introducir el nombre de todos los alumnos participantes, introducir los datos de los padres y de los espíritus santos de todos los alumnos participantes, justificar las facturas del plan, volverlas a justificar porque deben ir dirigidas a tres direcciones generales distintas, realizar una memoria final, etc., pues, en primer lugar, el docente se volverá a pensar si participar o no en otro plan y, en segundo lugar, y más importante, al final dedica más tiempo a la burocracia que al plan en sí. Y así, mientras la administración recoge con amor de madre todos esos cientos y cientos de folios pensando que el mundo no puede ser más maravilloso, el alumno pierde calidad educativa y el docente se desmotiva.
Para ser sincero, hay que reconocer que tampoco es todo culpa de la administración. La sociedad también está enferma de burocracia. En el ámbito educativo, en la actualidad, se intenta que no exista ningún aspecto subjetivo en el proceso educativo, de tal manera que todo sea medible y cuantificable. Esto se hace para que la evaluación del alumnado sea totalmente objetiva, pero también por otra razón: registrar todo acto educativo en un papel es la mejor manera de tener una defensa ante una protesta de un padre ante la administración. Y es que si hay algo que no le gusta a la administración son los problemas. Por eso, presiona a los docentes para que todo, absolutamente todo esté recogido en un documento, de tal manera que si un padre pone una queja por cualquier razón haya un documento que respalde –o no- al docente. Mientras hace años lo que decía un maestro era casi palabra sagrada –en ciertos países, por fortuna, aún sigue sucediendo- en la actualidad todo lo que hace un docente o deja de hacer es cuestionable y cuestionado, como si aquí todo el mundo naciese con la carrera de Magisterio bajo el brazo. Es verdad que los docentes también se equivocan y cometen errores, faltaría más, y que –como en toda profesión- hay buenos y malos profesionales, pero también es cierto que cada vez con mayor frecuencia los padres ponen en tela de juicio la labor docente a veces en aspectos que son absolutamente absurdos, inimaginables hace años.
Pero volvamos al principio. Si hay una enfermedad grave en el día a día de un docente, esa es la burocracia. La burocracia es el colesterol del sistema educativo. Y todos los papeles que rellenan los docentes y que se amontonan en los despachos de la administración, son los triglicéridos que se acumulan en las venas del sistema educativo. Todo ello impide que el sistema circulatorio de la educación funcione con agilidad. La toma de decisiones se hace lenta, se pierde libertad, el proceso de enseñar se vuelve pesado, las actividades se reducen, los docentes se muestran reticentes a incorporar nuevas prácticas, las solicitudes de los directores se almacenan en una torre de carpetas y la respuesta de la administración llega cuando ya todo ha pasado. Y, al final, en un sistema donde hay más personal revisando papeles que docentes dando clases, el gran perjudicado –como siempre- es el alumno. Y en esas estamos.
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Autor:Toni García Arias

Gracias por reflejar de forma tan fiel la realidad de nuestro día a día en las aulas. Hemos pasado a formar parte del colectivo laboral sin horario. Parece que trabajamos en un call center después de la jornada escolar con las familias y en un despacho administrativo con nuestras Consejerías correspondientes. Eso sí ¡que bonito queda decir que somos inclusivos!¿ En serio? ¿Podemos fomentar inteligencias múltiples puntuando resultados por áreas de forma cuantitativa? ¿ cuánto vale académicamente un niño? 5..7..7,3….en fin
Otro artículo más, en mi opinión hueco y facilón, además de exagerado. ¿No tienes nada concreto que aportar? Parece que predomina la pataleta, quizás porque es lo que vende. ¿Que hay que rellenar documentos? Sí, como todo hijo de vecino. Pero, en mi opinión, das una imagen distorsionada de la educación llevada a un extremo y haces un discurso demasiado oxidado. He llegado a este artículo de chiripa pero no me ha aportado absolutamente nada.